Hace un tiempo
que estoy cuestionando mi falta de imaginación, es como si se hubiese evaporado
de a poco. Cuando me ocurren este tipo de preocupaciones, a la corta o a la
larga, algo puntual aparece para sacudirme.
En este caso fue
un libro: La loca de la casa, de Rosa
Montero. “La imaginación es la loca de la casa”, frase de Santa Teresa de
Jesús.
Les voy a
compartir un segmento. Montero dice:
Hay un cuento-emblema, un cuento metáfora que me
gusta muchísimo sobre la capacidad salvadora de la imaginación. Trata de la
pintura y no de la narrativa, pero en el fondo es lo mismo Es un relato de
Marguerite Yourcenar titulado “Cómo se salvó Wang-Fô” y está inspirado en una
antigua leyenda china.
El pintor Wang-Fô y su discípulo Ling erraban por
los caminos del reino de Han. El viejo maestro era un artista excepcional;
había enseñado a Ling a ver la auténtica realidad, la belleza del mundo.
Porque todo arte es la búsqueda de esa
belleza capaz de agrandar la condición humana.
Un día Wang y Ling llegaron a la ciudad imperial y
fueron detenidos por los guardias, que los condujeron ante el emperador. El
Hijo del Cielo era joven y bello, pero estaba lleno de una cólera fría. Explicó
a Wang que había pasado su infancia encerrado dentro del palacio y que, durante
diez años, solo había conocido la realidad exterior a través de los cuadros del
pintor. “A los dieciséis años vi abrirse las puertas que me separaban del
mundo; subí a la terraza del palacio para mirar las nubes, pero eran menos
hermosas que las de tus crepúsculos (…) Me has mentido, Wang-Fô, viejo
impostor: el mundo no es más que un amasijo de manchas confusas, lanzadas al
vacío por un pintor insensato, borradas sin cesar por nuestras lágrimas. El
reino de Han no es el más hermoso de los reinos y yo no soy el emperador. El
único imperio donde vale la pena reinar es aquel en donde tú penetras”.
Por este desengaño, por este amargo descubrimiento
de un universo que, sin la ayuda del arte y la belleza, resulta caótico e
insensato, el emperador decidió sacarle los ojos y cortar las manos de Wang-Fô.
Al escuchar la condena, el fiel Ling intentó defender a su maestro, pero fue
interceptado por los guardias y degollado al instante. En cuanto a Wang-Fô, el
Hijo del Cielo le ordenó que, antes de ser cegado y mutilado, terminase un
cuadro inacabado suyo que había en el palacio. Trajeron la pintura al salón del
trono: era un bello paisaje de la época de juventud del artista.
El anciano maestro tomó los pinceles y empezó a
retocar el lago que aparecía en primer término. Y muy pronto comenzó a
humedecerse el pavimento de jade del salón. Ahora el maestro dibujaba una
barca, y a lo lejos se escuchó un batir de remos. En la barca venía Ling,
perfectamente vivo y con su cabeza bien pegada al cuello. La estancia del trono
se había llenado de agua:
“Las trenzas de los cortesanos sumergidos ondulaban
en la superficie como serpientes, y la cabeza pálida del emperador flotaba como
un loto”
Ling llegó al borde de la pintura; dejó los remos,
saludó a su maestro y le ayudó a subir a la embarcación. Y ambos se alejaron
dulcemente, desapareciendo para siempre “en aquel mar de jade azul que Wang-Fô
acababa de inventar”.
No crean que
después de la lectura, mágicamente, volví a imaginar historias, pero me dio qué
pensar. Algo más de Montero:
“Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el
sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea. Un mundo sin libros
es un mundo sin atmósfera, como Marte”.
Si quieren leer
entero el relato de Yourcenar, aquí les dejo el link.
https://proyectandoleyendo.files.wordpress.com/2010/09/como-se-salvo-wang-fo-marguerite-yourcenar1.pdf
Mis disculpas por no visitarlos, me urge un descanso.
Los saludo y abrazo ¡hasta prontito!