Bailo. A mis espaldas la sombra me acompaña bajo un sol
desaforado.
La música tañe su ritmo, impregna la atmósfera oleosa y gotas saladas se
escurren por mi piel. La sombra, en cambio, está seca y danza conmigo, ensayando
movimientos sigilosos de marioneta.
Bailo con los pies descalzos que azotan el suelo y buscan el frescor de las
baldosas. Ella se me arrima, copia la coreografía que improviso. Quiero que se
vaya, pero medra con el sol que declina, se estira y me precede, en el deseo de
liderar el baile.
Levanto un pie y la aplasto con fuerza, aprovechando el tam-tam de un
tamboril candombero. Cuando intento despegar el talón del piso, no puedo: dedos
largos, penumbrosos, trepan por mi empeine.
Con el pie libre procuro soltarme. Sin embargo, ella ha desarrollado
rizomas que, como grilletes, me sujetan los tobillos.
Debo balancearme según
sus designios, me dirige, zarandea. En la música que enlentece, soy tan sombra
como ella.
© Mirella S. — 2014 —